Javier Lorenzo
Lunes cerrado
Martes a sábado de 10:00 a 20:00 h.
Domingos y festivos de 10:00 a 14:00 h.
Entrada gratuita
Organiza:
UNA AMISTAD
Entre los cuadros del pintor Javier Lorenzo que he tenido ocasión de ver, Espectador de las estaciones es, para mi gusto, uno de los más inquietantes. Se trata de un retrato del también pintor Vicente Rodes, quien fuera amigo de Lorenzo durante muchos años, una amistad que se prolongó hasta la muerte de este último, ocurrida meses atrás. Esta inclinación llevó a que Lorenzo pintara a Rodes en diversas ocasiones: unas veces, lo hizo de cuerpo entero; otras, de espaldas, caminando junto a unos amigos; en una de las obras, Rodes observa con interés un cuadro donde aparece él mismo retratado: pintura de la pintura, que nos interroga sobre el misterio de la representación.
Vicente Rodes y Javier Lorenzo se conocen en Alicante, sobre la segunda mitad de los años 70, cuando coinciden en las exposiciones o en las tertulias de la Galería 11, que dirigía Carmen Cazaña. En aquel momento, está de moda la pintura abstracta que es el género que ambos practican; también les gustan los mismos pintores: Rothko, De Kooning… Rodes permanecerá fiel a la abstracción durante toda su vida; Lorenzo, unos años después, se inclinará por la figuración. Este cambio de tendencia no afectará a la relación que mantienen los amigos: lo que les une –al margen de algunas aficiones mundanas que comparten– es su fervor por la pintura y la sinceridad frente a la obra del otro. Al hablar de la amistad, Séneca nos dice que ésta debe ser desinteresada. Si un interés movió a Javier Lorenzo y Vicente Rodes fue la pintura: dos pintores que aman la pintura, si saben ser generosos, lo tienen todo para entenderse.
Afirmar que Espectador de las estaciones es un retrato quizá no sea del todo cierto. En la tela, Rodes dispone de un espacio muy reducido; la mayor parte de la superficie del cuadro está ocupada por unas masas de nubes de color amarillento y azulado, enmarcadas entre dos amplias franjas rectangulares: una, vertical, de tonos grises, y otra, horizontal, de color azul. El juego de colores de las nubes y las luces, realzado por las veladuras, crea un espacio neblinoso, inquietante. Caminando en dirección a ese espacio, vemos a un hombre fornido que arrastra una barca vacía. Debe de estar próximo a la orilla porque el agua apenas le alcanza a cubrir las rodillas. ¿Quién es este hombre del que no vemos su rostro, ni sabemos hacia dónde se dirige? ¿Podría ser Caronte y hallarnos frente a la laguna Estigia? Lo cierto es que no lo sabemos: todo son cavilaciones que cada espectador resolverá a su manera. Mientras tanto, en el ángulo inferior derecho, un Vicente Rodes indiferente parece a punto de abandonar el cuadro. La luz que baña su cabeza, distinta a la que envuelve al hombre que tira de la barca, crea dos realidades, dos tiempos, dos espacios: el de la imaginación y el de la pintura.
José Ramón Giner